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domingo, 20 de septiembre de 2009

El Grillo

Al despertarme, me di cuenta de que había llovido durante la noche. El olor matutino de hierba mojada entraba en mi cuarto por la ventana, que suelo mantener abierta. Un sólo grillo sigue con su coro, buscando un amor, si no el verosímil, quizá el primordial. ¿No sabrá que las hembras ya están refugiándose del calor que pronto llegará a calentar la faz de la tierra? No le hace falta.

Ya la adivino, es decir, la llegada del calor. ¿Qué hora será? Me asomo de la ventana, ocho menos cuarto, creo. No importa tanto la hora, sino el cielo, el lugar que ocupa el sol en él. Desde la revolución, los relojes se han convertido en artefactos prescindibles. Incluso en algunos pueblos, la gente los tiene clandestinos por ser ilegal. Estas personas no se han acostumbrado a la marcha de una vida sin…

El horario mío lo tengo bien regularizado. Cuando deja de cantar aquel grillo solitario, me levanto. Nunca sabrás cuánto dependes de él. Murmuraciones del futuro… Me ducho—bajo agua fría aunque sea el invierno. ¿Por qué la farsa del calentamiento cuando la vida sólo te da hielo? En voz bajita, por favor, que cuento mi historia. El grillo nunca hallará su amor—¿no sabes la razón de su cante? El grillo, siempre vuelvo al grillo. Su razón de ser no se me revela, pero sin él yo…

Me desayuno de avena a la manzana, echando siempre un poquito de candela, miel, mantequilla de maní. Subo la bicicleta y me voy para no hacer absolutamente…

Nada me gusta más que una buena conversación. Mientras más vacila, mientras más ondula, más me satisface. Lo imprescindible es que un buen café aromatice cada palabra, cada susurro. ¿No te han dicho lo bello de los susurros? Estoy en ello. ¿Alguna vez habrán hablado a susurros? Claro, claro. Lo malentendido de los susurros es que el volumen de la voz no baja. Se llena de felicidad, la anticipación del ruido que quiebre el susurro. ¡PUM! Ah. Quietita, amorcillo, nos hemos decidido hablar así. Siempre con la farsa de las decisiones.

¿Eres tú el amo de tu voz? Te imaginas que lo sabes controlar. Si fuera así, dirías siempre lo que intentes. Téngase en cuenta: cuando logramos decir lo que realmente queremos, no es por nuestra propia cuenta. Ahora que hemos destruido todos los medios de comunicación—salvo la palabra escrita y la hablada—entendemos mejor que ni nosotros controlamos nuestras voces. Las palabras también están al punto de desvanecerse.

El viento de la revolución simultáneamente nos abrió la mente y nos deshizo los vínculos que nos unían. Nos trajo posibilidades ilimitadas de regocijo y se quedó con toda la felicidad. La revolución está quedándose con nosotros. ¡A buscar otra! Nos descubrió una senda recta y plana que nunca supiéramos seguir, no importa cuánto lo quisiéramos. Jamás lo habéis querido. Habla con el grillo de una vez.

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